Crítica Blade Runner (1982)

Hello there!

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Ese es el título de la novela de Philip K. Dick en la que está parcialmente basada este clásicazo de Ridley Scott del año 1982, película de culto amada por muchos y no del agrado de otros tantos, por raro que parezca a estas alturas.



Y es que a pesar de haber sido aclamada por la crítica durante décadas y del inminente estreno de su secuela en apenas unas semanas (por supuesto, podéis esperar una crítica en este mismo blog), lo cierto es que Blade Runner se nos presenta como una suerte de película maldita desde su concepción. Apenas una semana antes de su estreno, llegaba a la gran pantalla estadounidense E.T., dirigida por un tan Steven Spielberg (no sé si os sonará), film que eclipsó por completo a las demás películas que tuvieron la mala suerte de compartir cartelera con el extraterrestre contrahecho.

No pasó mucho tiempo hasta que las reposiciones del film y más tarde sus ediciones domésticas la convertirían en la obra de culto que conocemos hoy día, conociéndose a partir de entonces en uno de los trabajos cumbre de la ciencia ficción y creando una escuela que aún en la actualidad grandes directores modernos del género  como Denis Villeneuve (director de la secuela, además de otros clásicos contemporáneos como La Llegada) siguen con sumo cuidado y cariño.

Nos encontramos ante una película de ritmo pausado, contrario a lo que cualquiera pensaría cuando el argumento trata de un agente de la unidad especial de Blade Runner, encargado de encontrar y acabar con los llamados Replicantes, androides creados a imagen y semejanza de los humanos, que se han rebelado contra nosotros. Y es que no es la acción lo que prima en el film, que la hay, sino la búsqueda de emociones en el espectador, la ambientación neo-noir futurista, los intensos diálogos, la constante sensación de alienamiento...

Pero, sobre todo, lo más destacado es la empatía que despiertan los Replicantes, a priori los antagonistas de la película, y paradójicamente, los personajes más humanos y quienes muestran la mayor cantidad de sentimientos. Se trata de androides creados con una esperanza de uso/vida de unos cuatro años (aunque ellos no saben en ningún momento cuanto tiempo les queda), obsesionados con conocer a su creador y conocer las respuestas de su existencia. ¿Os suena de algo?

Scott contó para protagonizar el film con el grandísimo Harrison Ford, una eminencia en el género de la ciencia ficción ya por aquél entonces gracias a su papel de Han Solo en Star Wars. Da vida aquí al Blade Runner Rick Deckard, el mejor y más destacado en su trabajo, enviado a dar caza a los cuatro Replicantes fugados, aunque pronto se cuestiona su misión al conocer a la androide Rachael, interpretada aquí por Sean Young, de la que se enamora, poniendo en peligro su misión y su integridad. El grupo de Replicantes lo lidera Roy Batty, personaje mítico al que encarnó el holandés Rutger Hauer. Para el recuerdo queda su épico monólogo final, que aquí en España tuvimos la suerte de escuchar de la mano del tristemente fallecido y siempre recordado Constantino Romero. Una escena que define el cine con mayúsculas.

Vangelis se encargó del apartado sonoro, regalándonos una de las bandas sonoras más hipnóticas e intrincadas del celuloide, plagada de detalles y susurros apenas audibles con los auriculares que te mantienen con la carne de gallina durante las dos horas que dura la película.

Lo bueno:
  - La ambientación de infarto.
  - La duda y porblemática teológica que presenta.
  - Harrison Ford (obviamente)
  - Los Replicantes
  - El monólogo de Rutger Hauer
  - La banda sonora

Lo malo:
  - Puede hacerse cuesta arriba para algunos debido a su ritmo (aunque vaya, esto tampoco es un punto negativo)

NOTA FINAL: 9

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